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PASIÓN HUECA
BREVE DERIVA SOBRE UNA ESCRITURA DEL DESEO


por Flor Vent



Anne Carson. © Christopher Sherman.



Como en ese poema(1) de Natalia Litvinova donde Soñka manos de oro recuerda su primer robo y cómo las peras se aplastaron debajo de su vestido y el viento enfrío su piel y ella pensó algunos instantes deberían durar más, así me siento. Y por eso escribo.

Quizá, escribir el deseo es posible al conocer nuestra parte monstruosa. Es decir, al ver más allá de la espera. Al no estar quieta sino regodeándose en lo que la pasión trajo — y se llevó — , y así, sentarse a escribir. Jugar con el vacío y llenarlo contándolo todo. O lo que se crea necesario. Parafraseando a Annie Ernaux, medir el tiempo de otro modo, con todo el cuerpo. Preguntarse: ¿qué sucede con la trinidad libertad-amor-poder? Sumar otro gran punto: el hambre. Y acordarse de Anne Carson, en Eros dulce y amargo, escribiendo «el que ama, desea lo que no tiene»; que sería como decir que se desea a través de la distancia. O, volviendo al hambre, se ama en la tensión entre hambre y saciedad. Como escribe Simone Weill: «todos los deseos resultan igual de contradictorios que alimentarse. Querer que aquel que amo me amara a mí. Pero si se entrega totalmente entonces deja de existir, y yo de amarle. Mientras que si no se me entrega totalmente es que no me ama lo suficiente. Hambre y saciedad».

Una seguridad: cuando hablamos de deseo, muchas veces, nos trasladamos casi de inmediato al universo sexual. Pero deseo no es sólo sexo. Deseo tampoco es sólo placer. Deseo es una pulsión, y tiene más relación con el anhelo, con la necesidad, con el querer. El deseo no tiene porqué ser realizado. El deseo puede significar la espera, lo latente; el amor, la pasión, e incluso, lo que mata. Entonces ¿se puede amar lo que te ignora? Se puede desear.

Ahora bien, si, como dice Luna Miguel, «no hay texto si no hay cuerpo», el parloteo con una misma, que procede del acto de la escritura — y que acompaña también al acto de la lectura — , es indisociable de nuestro cuerpo. O, citando a Emil Cioran, «la manera de hacer de un escritor está condicionada psicológicamente. Posee un ritmo propio, constrictivo e irreductible».

Retomando la tensión entre hambre y saciedad, y a propósito de la obra de Anne Carson Eros. Poética del deseo, encuentro en internet un artículo que dice: «En la escritura se alcanza algún deleite que también se observa en la erótica, ya que el placer por saber más embauca al lector. El deleite del enamorado, como el amor por la escritura, es lírico, supone para la humanidad una revolución de conciencia»(2). Y aún hay más. Anne Carson se pregunta «¿quién es el sujeto real de la mayoría de los poemas de amor [de deseo]? No es el amado, es el hueco» [que queda en el amante]. Hueco, no vacío. El hueco que queda en el amante, como el hambre que quiere saciarse: siempre en tensión, en ambivalencia. Porque son la ambivalencia, el doblez, el reverso, los que enseñan a observar con detenimiento las superficies. Se aprende cuando se mira con detenimiento el hueco. Se aprende cuando se mira buscando — o esperando — ver algo más.

Y entonces, Cristina Peri Rossi. Su escritura desobediente y deseante. Su conciliación erótica entre la lengua y el cuerpo. Peri Rossi encarnando cuatro años antes lo que Hélène Cixous llamará «escritura femenina». Si el canon literario se ha sustentado sobre la base de que el canon masculino es universal, es decir, que encarna valores humanos mientras lo femenino sólo encarna experiencias femeninas, Peri Rossi crea contra esta escritura androcéntrica y busca su propia genealogía. En sus palabras: «una puede elegir la tradición literaria en la que se inscribe». Aún más: la poesía de Peri Rossi no sólo se desarticula de la literatura androcéntrica, sino que es un combate en el lenguaje, contra la propia lengua, para nombrar con nuevos nombres un mismo mundo.

Así, la poesía no es un acto meramente estético. Puede ser entendida como una forma de pensamiento, pero no una forma cualquiera, sino insurgente por su capacidad creadora: «el pensamiento poético persigue crear un orden nuevo, da un nuevo nombre a las cosas como si estas nacieran por primera vez […] exentas de toda mancha anterior»(3).

Insurgente e indefinible. La escritura, como el deseo, es indefinible. Pero esto no significa que no se pueda decir nada de ella, sino que este decir requiere una forma de pensamiento que no puede encerrarse en conceptos. Tomando entonces las palabras de Cixous, existe un lugar, un «en otra parte» que «no está obligado a reproducir el sistema». Ese lugar es la escritura.

Por ello, Hèlene Cixous comienza su ensayo, La risa de la medusa, analizando la existencia de la mujer en la Literatura y la Filosofía como ser siempre pasivo. Y lo hace para poder preguntarse qué pasaría si el logocentrismo, que reduce en su masculina historicidad a la mujer, no sería un proyecto falocrático. Lo que Cixous misma se responde es que «entonces todas las historias se escribirían de otro modo, el futuro sería impredecible, las fuerzas históricas cambiarían, de manos, de cuerpos, otro pensamiento aún no pensable, transformaría el funcionamiento de toda la sociedad», porque la historia de la literatura no sería ya una institución masculina, donde «todo se refiere al hombre, a su tormento, a su deseo de ser (en) el origen».

Cixous hace un ejercicio doloroso — pero bellísimo — y se pregunta «¿Cuál es mi nombre? Quiero cambiar la vida, yo quiero hacerlo. ¿Qué “yo”? ¿Dónde está mi sitio? […] Empiezo a hablar, ¿qué idioma es el mío? […] ¿quién ha hablado por mí a través de generaciones? […] ¿Dónde están mis batallas?, ¿y mis compañeros, digo compañeras, de armas?». Cixous busca. Cixous pregunta. Cixous lee, piensa, escribe. Y en ese trayecto, reflexiona sobre el cuerpo porque es el cuerpo el que al transformarse lo transforma todo. Dice: la infancia queda atrás. — ¡Gran momento! ¡Gran Daño N8 (4) de Berta García Faet! — . Y es que en ese dejar a la niña es donde se abandona también la neutralidad. Ahora es una mujer: «mi cuerpo ya no sirve inocentemente a mis deseos». Todo se complica. Cixous ya no sólo se pregunta «¿cuál es mi nombre?», sino y también, «¿dónde me meto?», «¿cuál es mi lugar?».

Si en la mayor parte de la historia de la Filosofía y la Literatura, lo que se inscribe y escribe de la mujer es su pasividad, ¿qué hacemos cuando descubrimos que nuestras «individualidades combatientes» son masculinas? Y que, además, tienen un límite: los hombres — y sus «individualidades combatientes» — son grandes entre ellos. No hay sitio para nosotras. Otra vez: «¿dónde me meto?», «¿cuál es mi lugar?», «¿quién puedo ser?», ¿quién, en la larga lista histórica de mujeres descritas por la literatura, puedo ser? Digamos, por ejemplo, Ariadna. Y seamos breves: «mientras Teseo se agarra al hilo que ella toma con firmeza para sujetarlo, Ariadna se lanza sin hilo». No, escribe Cixous, «yo no hubiera podido ser Ariadna». Y así desea. Así, escribe su deseo.
(1) «También de la primera vez que robé: / tenía siete años, entré por la ventana / a la casa de una vecina / y me llevé el plato de procelana / con bordes de oro / y lleno de peras. / Corrí hacia el establo / apretándolo contra el vientre, / las nubes iban detrás / como empujándome, / los árboles estiraban / sus ramas para alentarme. / Las frutas aplastadas / mojaron mi vestido / y el viento enfrió mi piel. / Algunos instantes / deberían durar más / y algunas carreteras / no tener fin.» Litvinova, N. (2022). La Bella Varsovia.
(2) Pérez Martínez, J. (2021). Anne Carson: Eros. Poética del deseo. Pie de página. https://piedepagina.uartes.edu.ec/wp-content/uploads/sites/9/2021/11/Pie-de-pa%CC%81gina-6-MIS01-Anne-Carson.pdf
(3) García Rodríguez, Z. (2023). La transgresión y la letra. Poética y Feminismo en Cristina Peri Rossi. Philologica Canariensia. https://accedacris.ulpgc.es/bitstream/10553/123686/1/Transgresion_letra_poetica.pdf
(4) «a los ocho años llegó el peligro / de poder reproducirme / empieza la cuenta atrás de los 400 / óvulos símbolo / del tiempo / y la gomorresina / se filtraba / por la mínima boca del reloj de arena / la madre de mi madre enfática y dorada / me regaló un crucifijo / el hijo de Dios / esbelto y entregado brotaba de la trenza / cuidado con el amor a partir de / ahora dijo ella / ahora ya eres toda una mujer / y el endometrio / imitaba a un pez anciano en su / descamación / (…) / a los 8 años a los 150 centímetros de hueso / alegre y músculo alegre / llegó el peligro de poder reproducirme / y de poder multiplicarme / sin literatura / y un sol azul / manchaba de estrógenos y progesterona / los geranios / y un sol azul / manchaba de vello recién nacido / las tímidas / axilas». García Faet, B. (2015). La Bella Varsovia.







Flor Vent (Argentina, 1986) es antes que nada lectora. Estudió fotografía. Escribe y diseña. Formó parte de la editorial independiente Morosophos (2007-2010). Coordinó el taller El cuerpo como herramienta discursiva (2012-2015). En 2014 creó la micro-editorial de fanzines Riot Love. Publicó de forma independiente poemarios y piezas gráficas. Coordinó talleres de fotografía, autopublicación y escritura. Escribe para artistas, exposiciones, catálogos y libros. Actualmente reside en Barcelona y coordina el ciclo de lecturas He salido con lámparas a buscarme allí fuera. Es co-fundadora y directora creativa de recreo®. 



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