PLANEAMOS TODO
EXCEPTO NUESTRA MUERTE


por Camila Naveira





Si vivimos aproximadamente hasta los 80 años estaremos en total 4000 semanas vivos. Me quedan 2100.

Empecé a pensar en la muerte cuando tenía 7 años. Un día cualquiera, como un relámpago, me atravesó la certeza de que todos íbamos a dejar de existir. Recordar que vamos a morir es incómodo. Está de moda militar la eternidad, morir no es productivo, duelar aún menos. No comulgo, pero me da ansiedad pensar que quizás algunos se queden acá y yo no. Hago el esfuerzo de recordarme a mí misma que el límite es condición de lo posible. Te lo digo, me lo digo. Lo muy bello y lo muy feliz son posibles en tanto fugaces. Sumergirse adentro de una ola, tentarse de risa, la manera particular en que entra el sol por la ventana a una determinada hora del día, en un específico momento del año.

Me da miedo pensar en morir, pero no por eso quiero ser eterna. Creo en lo infinito, pero como algo que pertenece al orden del misterio. Por años, los árboles caídos son el hogar de abejas, ardillas, búhos y otros animales, nutriendo al ecosistema desde el más allá. Quiero descomponerme como un árbol, eso me da menos miedo. Se calcula que en una cremación se arrojan a la atmósfera aproximadamente 400 kilos de dióxido de carbono. Morir, entonces, implica una huella de carbono altísima, por eso yo quisiera que me composten. La idea poco convencional pero inspiradora, de convertirse en árbol es ahora posible gracias a empresas como Loop Biotech. Este enfoque ecológico ofrece una nueva perspectiva sobre cómo podemos contribuir al medio ambiente incluso después de que nos hayamos ido, te venden un cajón hecho de hongos que una vez en la tierra inicia un proceso de descomposición que nutre al suelo sin contaminar y habilitando la germinación de semillas. Pero quienes estamos afuera del bosque no hablamos de que vamos a morir, o al menos no la mayoría.  

¿Y si probamos quedarnos un rato en la angustia de sabernos finitos? Pensamos muy poco sobre aquello que más humanos nos hace: una sola angustia existencial que nos une a absolutamente todos los seres humanos. No hay exitismo posible, en este juego nadie gana.

Me resulta inconcebible que la materia de esa persona que hoy acaricio y beso un día dejará de existir. Me desborda intentar aceptarlo, aprieto la mandíbula como si me estuviera metiendo al agua helada. Como si pensar en la muerte fuera no creer que todo va a estar bien. Oscilo entre reconocer la belleza de los instantes y el FOMO de que un día el mundo seguirá girando sin mí.

Hay quienes sí piensan en la muerte: los vanguardistas. David Bowie diseñó su propia despedida de este mundo. Cuidadosamente orquestada, fue una obra maestra en sí misma, una sinfonía de imágenes e información que culminó con su último álbum, Blackstar, publicado el día de su cumpleaños número 69, dos días antes de su muerte.

Me atrae la invitación a controlar la narrativa de mi propia partida. Bowie sabía que estaba muriendo y decidió crear su final a imagen y semejanza. Que irse también sea una obra de arte, why not? Jugando a que en realidad no va a pasar, nos perdemos de establecer un diálogo con la muerte, no nos interesa lo que tiene para decir acerca de la impermanencia. Levante la mano quien tenga ganas de sentarse a diseñar su muerte, dijo nunca nadie.

Bowie no es el único que planificó su propio final, el escritor y conferenciante zen Alan Watts sorprendió incluso a su propia familia al organizar su propia cremación y ritual de despedida, y mi querida heroína Jane Fonda ya sabe quién hablará en su funeral y qué música quiere que suene ese día. Irse puede convertirse en una experiencia transformadora para quien se va y para los que se quedan. Trascender by design.

Planeamos todo, menos lo único que sabemos que va a pasar. Es gracioso.

¿Qué quiero que hagan con mi archivo digital? ¿Y con mis libros? ¿Al cuidado de quién quiero dejar mis plantas? Insisto, la muerte te obliga a sentarte y enfrentar las preguntas importantes, esas a las que la inmediatez no les hace espacio.  Tengo la sospecha de que aceptar su disrupción es necesario. También tengo una certeza: el multitasking es contrario a la vida.








Camila Naveira, nacida y criada en Palermo, Ciudad de Buenos Aires. Vive en Londres y trabaja en Sustentabilidad. Un gran sentido de la curiosidad la llevó a vivir en distintas ciudades y a dedicarse a diversos proyectos. Sus búsquedas personales acerca del sentido de la vida y sus ganas de estar siempre al servicio de una mejor manera de habitar el mundo la llevan siempre, de una u otra manera, a compartir sus pensamientos y sentires, últimamente lo hace escribiendo sobre la muerte y los duelos en su newsletter One Thing I know.



Equipo

Agustina Manuele
Co-fundadora
Directora

Flor Vent
Co-fundadora
Directora Editorial y Creativa
Contacto
@quierounrecreo
quierounrecreo@gmail.com

Colabora con el proyecto :)
Desde Argentina click aquí
Desde otras partes del mundo aquí
recreo®