LA HERENCIA
ATEMPORAL
por Júlia Garcia
Desde que descubrí la obra de Judy Chicago sigo obsesionada con la posibilidad de transformación política mediante el lenguaje visual. Fue gracias a mi profesora de arte del máster de género de la Universidad de Barcelona por la que decidí investigar en profundidad el impacto de Chicago en el arte contextualizando la metodología feminista dentro de los muchos movimientos artísticos en los que ha participado. Uno de los puntos que me resultó fascinante fue el desarrollo del Programa de Arte Feminista (PAF) en la Universidad Estatal de Fresno como forma de abordar las desigualdades de género en la educación artística y en el mundo del arte en general. El trabajo colaborativo y el arte escénico, incluyendo las famosas "Cunt Cheerleaders", estudiantes vestidas de animadoras que recibían a las visitantes feministas formando la palabra cunt, fueron elementos distintivos del programa. En 1972 el proyecto docente se convirtió en la exposición colectiva Womanhouse en el que las estudiantes de arte de Judy Chicago y Miriam Schapiro junto a otras artistas invitadas plantearon intervenciones artísticas en una mansión abandonada de Hollywood. Aún hoy es reconocida como la primera gran exposición de arte feminista. Había grupos de autoconciencia donde las preocupaciones individuales sobre la sexualidad, los roles de género y los derechos reproductivos fueron determinantes en la lucha colectiva. Fue en ese espacio donde Judy Chicago creó la instalación The Dinner Room, que se convirtió en la antesala de su proyecto más icónico, The Dinner Party (1974-1979).
El mismo año que cursé la asignatura había planeado ir a Nueva York a encontrarme con quien entonces era mi pareja, así que ya tenía la excusa perfecta para visitar The dinner party que sigue como exposición permanente en el Brooklyn museum.
Después de varios días acostumbrándonos a la yuxtaposición de la urbe, sus rascacielos brillantes y descomunales contra la bahía de Nueva York nos dirigimos al Brooklyn museum. Mientras caminábamos por Park Slope expliqué a mi pareja una pequeña parte de lo que cabía esperar, procurando no desvelar demasiados detalles. Al llegar a Prospect Park allí estaba el museo: un edificio regio de un estilo clásico académico. The Dinner Party está ubicada en el Centro Elizabeth A Sackler de Arte Feminista del Museo de Brooklyn. Pertenece a la familia SACKLER, aunque ella no tiene nada que ver con la trama de la «Epidemia de Opioides» que narra magistralmente Laura Poitras en el documental La belleza y el dolor.
El museo estaba organizado en varios niveles. Sugerí que lo visitáramos cada uno a su aire y así poder detenernos el tiempo que nos apeteciera en ciertas obras. Por mi parte, no pude contener más el impulso y decidí ir directa. Cuando entré en la sala donde está ubicada la instalación perdí completamente la noción del tiempo, sus objetos no solo habitan el espacio sinó que lo transforman. Era una sala oscura y me sentí desbordada por su majestuosidad. The Dinner Party consta de una mesa en forma de triángulo equilátero, preparada para la cena de 39 mujeres célebres de la mitología y de la historia. En cada lado de ese triángulo hay un lugar reservado para trece comensales: incluye un plato de porcelana pintado a mano en forma de vulva, cubiertos de cerámica, una copa y una servilleta con un borde de oro bordado. Es considerada la primera obra de arte feminista épica que recoge el papel de las mujeres en la historia occidental. Rodeé las mesas varias veces, fijándome en cómo se explora la delgada línea entre lo funcional, lo escultórico y lo poético.
La instalación congrega a la colectividad desde la sutileza del detalle. Desde el tratamiento de la luz a la estética, cada pequeño apunte proporciona completud a la obra. The dinner party proyecta fuerza, unión, poder y la esencia del feminismo radical de los años 70. Judy Chicago se negó a ser encasillada en el llamado arte femenino hasta apropiarse del término y hacerlo suyo. Su obra de la década de los 60 ya cargaba reminiscencias de abstracción y del primer feminismo en la medida en que utilizaba elementos como el uso de colores y formas considerados fuera del cánon. En 1971 realizó una de sus obras marco, la litografía Red Flag, una fotografía de un tampón ensangrentado que surgía de una vulva. En 2019 dicha obra formó parte de la exposición Feminismes en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona donde se reunieron obras míticas de la Vanguardia Feminista de los años 70. Mientras tomaba una fotografía del plato de Virginia Woolf pensé en la posibilidad de crear piezas capaces de atravesar el espacio y el tiempo, al propósito de dotarlos de otro significado; una metáfora inmensa más allá de su propia funcionalidad. Desfilé varias veces por delante de los objetos hasta que noté la presencia de mi pareja detrás de mí.
Esa noche fuimos a cenar a un restaurante diminuto en Williamsburg. Al entrar nos condujeron a un booth junto al mostrador que se abría a la cocina. Me apetecía hablar un poco más de lo que había sentido frente a la instalación, era como una extraña ilusión que había permeado mi cuerpo. The dinner party impresiona por su elaboración tan detallada y precisa. Se observa el trabajo colectivo y reconocimiento de 999 mujeres a lo largo de la historia además de poner en valor los logros tradicionales de las mujeres, como las artes textiles, la artesanía o el arte doméstico. Es una gran muestra de la genealogía femenina invisibilizada. La totalidad de la instalación es un desafío a la narrativa patriarcal dominante y una apertura a explorar cuestiones de género dentro la práctica creativa.
Cuando el viaje llegó a su fin me despedí de nuevo de mi compañero y subí al avión impregnada por la fuerza y compromiso de un movimiento capaz de abordar cuestiones relevantes a través del arte demostrando el poder transformador de la creatividad para fomentar el cambio social y crear conciencia.
Después de aquel impacto siempre anhelo que cada expresión artística sea así de relevante.