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LAS IDEAS EN EL CUERPO

por Julieta Marra


Hoy me desperté pensando en la primera vez que usé el mouse y la dificultad para entender que, a medida que se movía mi mano, otra cosa, fuera de mí, se movía de la misma forma. Mi mamá, al lado de la novedosa computadora, decía es difícil, va a llevar tiempo

Escucho: “Cuida tu rareza / Deja sobre todo un aire singular / Contra todo pronóstico / Florecemos igual aunque sea un secreto”
Leo: Elvio Gandolfo decía que Hebe Uhart tenía el estilo en la mirada: su forma de ver provocaba su forma de escribir.
Pienso: desde que le saco fotos a la basura en la calle, ¿lo que escribo está sucio y mi intimidad está contaminada?

El último mes estuve aventurándome en la difusión del taller de autoedición que doy hace cinco años. Cada vez que tengo que hacerlo me resulta una tarea pesada y exageradamente expositiva. Me frustran las redes sociales cuando la que se muestra soy yo. Las imágenes de los flyers y los comandos que uso para editarlas se aparecen vibrantes, ruidosos cuando intento atravesar la primera fase del sueño. Apoyo la cabeza en la almohada y las ideas sobre qué o cómo describir la propuesta me estorban. El descanso se tilda en la luz amarilla del semáforo de la ruta de mi autoexigencia.


PEQUEÑO SER HERIDO QUE RESPIRA ENTRE LAS SÁBANAS

por Flor Vent


«Ahora que Sibila está fuera de su país, ella siente que habita en algún lugar intermedio, en algún limbo donde estar fuera o dentro es algo que acontece al mismo tiempo. (…) Ahora este difuminar de estar y no estar a la vez es atravesado además por su desubicación laboral. Una mala (di)solución que (ella siente) amenaza con hacerla desaparecer.»

Tengo treinta y ocho grados de fiebre durante casi tres días. Me duelen las articulaciones, partes de mi cuerpo que desconozco. Siento el agua de la ducha como pequeñas espinas que se clavan en mi piel. Me duele la piel. Y cada vez que toso parece que mi cabeza rebota contra una pared de concreto con gotelé, pero cuando la médica me dice “seis días de baja” lo primero que pienso es “¡¿seis días de baja?! Pero si tengo muchísimo trabajo por terminar”. Debo entregar proyectos, llevar calendarios, ser responsable y —esforzarme por— disfrutar mientras lo hago. Estoy cansada. Y sé que antes de terminar la baja trabajaré desde mi casa porque no supe contenerme: abrí el correo electrónico de la oficina y vi latir en la pantalla todo lo que debo terminar antes de que empiece febrero. Pero lo que más me agota es la sensación de que si hago otra cosa —leer, dormir, subir una historia a Instagram— me siento culpable: deberías estar trabajando; si puedes pasarte dos horas haciendo scroll y viendo videitos, puedes también pasar cinco horas sentada frente al ordenador terminando lo que debes. Estoy cansada. ¿Ya lo he dicho? Lo siento, me había propuesto escribir sobre lo que no puedo quitarme de la cabeza. Pero es que ahora mismo lo que no puedo quitarme de la cabeza es esto. El trabajo, la sensación de estar perdiendo el tiempo.

Escribo: ¿Cuándo dejé de elegir mi propia vida?

TUMBAS DE LA GLORIA

por Manu Belmon


Mi corazón sufre porque él también se acaba, canta Lasha de Sela desde un parlante JBL que pide relevo pero tendrá que resistir por lo menos al otoño. Es martes 4 de marzo, feriado de carnavales en Argentina. Llueve con tenacidad desde el viernes. Espero el armageddon. 

Mi mañana entera transcurre en la cama, no concibo otro modo de honrar un feriado. Primero, ejecuto el religioso chequeo de redes nuestro de cada día; después, me dispongo a leer las dos páginas finales de un libro de Heker que devoré durante enero de la página 0 a la 288, en la que quedé suspendida hasta ayer. 

Todo el verano leí sobre la muerte.

Pude atrapar esa síntesis gracias a una amiga que vive lejos y con la cual sostenemos un diálogo sin fin en audios de whatsapp. El acuerdo es tácito: cada una manda, cuando el cotidiano da tregua, entre tres y seis audios largos que trazan un estado de situación y responden extemporáneamente los interrogantes que la otra dejó planteados en su último envío. Ninguna espera una respuesta inmediata y de esa demora está hecha la magia. En uno de los intercambios más recientes ella preguntó por mis libros veraniegos y, contestándole, pasé en limpio esto que ahora se convierte en una suerte de recomendación antojadiza y arbitraria, la invitación a un recreo emo.
 

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