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¿EXISTE REALMENTE
LA ESCRITURA PRIVADA?

por Sofía Guardiola


Empecé hace poco a leer los diarios completos de Sylvia Plath. Todavía voy por el principio, por los que la autora escribió con dieciocho años. Los textos son agudos, sentimentales, brillantes en ocasiones, intensos y contundentes. Algunos son también profundamente sinceros, pero sin embargo percibo en la mayoría de ellos una afectación exagerada: la de la autora en ciernes que quiere que algún día lean sus diarios privados. Quizá incluso la de la joven que está segura de que eso ocurrirá y no puede disimular esa certeza. Plath se preocupa, en todos estos textos, de parecer inteligente, distinta a las demás. Interesante y especial. Única, en definitiva.

Por supuesto, reconozco en su forma de escribir diarios la mía: nunca he sido capaz de creerme del todo que lo que escribo en ellos vaya a ser solo para mí. Para lo bueno y para lo malo los empiezo siempre pensando en una audiencia, futura e imprecisa, que me leerá algún día. Eso hace que quizá no haya en mis diarios tanta verdad como se espera de un texto así, pero al mismo tiempo serían, seguramente, mucho más aburridos y prosaicos si no los confeccionara pensando en un hipotético lector.

Sé que hay en todo esto un componente de ego, y también de proyección: es evidente que me gustaría ser algún día una de esas escritoras tan buenas que vale la pena leer hasta sus diarios.

CON B DE BOCA

por Alex De Paula


Fue como si estuviera escrito en la palma de mi mano izquierda, en una línea bifurcada. Hubo una promoción exclusiva de pasajes, la moneda se devaluó abruptamente, la presión atmosférica bajó por primera vez diez grados hacia el sur. “Pero sos una nena”, insistió la mujer del Registro Nacional de las Personas, que la conocía desde hacía años y parecía no ver nada de interesante en ella. Ya los de Migraciones dijeron que mi nombre era demasiado largo para entrar en el sistema, no había espacio para las dos últimas letras de mi tercer apellido.

En los primeros meses, las tardes dormían entre nosotras. El viento corría entre los hilos de mi pelo, hacía cosquillas en los edificios. Yo doblaba las esquinas como se dobla la bufanda preparándose para salir. Desdoblaba las noches como a una servilleta. Servilleta. Una palabra que tardé en aprender. Cuántas veces dije “Pasame el papel, por favor”. Servilleta, servilleta es, me decía a mí misma. El tenedor, el placard, la cuchara. La silla, la calle, la manzana. La albahaca, el perejil. El paisaje, no “la paisaje”. El bondi, la ventana, la persiana. La palabra rara me sigue saliendo rara. La palabra Dios me hace parecer una chica de poca fe. Para estar con ella aprendí cuánto se vive de desespero dentro de la palabra desespero. En su nombre vivían muchas cosas. Ya el mío, apretado, vivía en ella.

LA ESCRITURA ES UN CAMINO DE CIEGOS HACIA UN LUGAR QUE NO EXISTE

por Florencia Del Gesso


Me llamo a la búsqueda de la palabra, insisto, le pido que me pertenezca, le ruego.

¿Pero qué puedo decir yo sobre el mundo? ¿Qué puedo hacer yo mientras enciendo un cigarrillo y cae la tarde y sólo quiero escuchar el pájaro, ver volar el pájaro, buscando el reparo donde pasar la noche?

Sin embargo, la palabra me preocupa mucho. La palabra que no escribo me preocupa mucho. Quiero aprender a escribir la palabra que no escribo. Como la carne del propio cuerpo: una vez te interesas por él, te preocupas por aprenderlo.

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