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EL FILO DEL INTENTO

por Denise González


El sonido de las chicharras atraviesa la casa. Pequeñas gotas de transpiración empiezan a formarse en la curva de mi espalda, en mi frente. Las cortinas están cerradas. El calor de enero sabe ser atroz. Tanto, que se siente surreal el paisaje que aparece en la televisión: un bosque nevado, pasos avanzando en la nieve, una ciudad de techos blancos, gente con bufandas, guantes, camperas, sombreros, una pista de patinaje. Hace frío en Tallin, Estonia, y empieza el Campeonato Europeo de Patinaje Artístico sobre Hielo.

Llevo unos días con Kevin Aymoz en la cabeza. De camino a la oficina, tomando té, haciendo abdominales en el gimnasio, limándome las uñas. La cara del patinador francés irrumpe como si quisiera recordarme algo. Su mirada hacia el piso. Los párpados bajos que apenas dejan pasar el brillo de las lágrimas contenidas. Los hombros que suben y bajan en un intento de regular la respiración, de alcanzar la tranquilidad.

La última vez que estuvo en el Campeonato Europeo, el verano pasado, Kevin Aymoz solo pudo hacer el programa corto. Su puntaje no le permitió pasar a la etapa del programa libre: quedó en el puesto 31 entre 32 patinadores. Fueron los dos minutos cuarenta segundos más tristes que vi. 

FANTASÍA F5

por Martina Manuele


Una noche, después de una fiesta, le dije a una amiga que creía que estábamos destinados a una persona. Más allá de su mirada de desconfianza, es algo de lo que estoy cien por ciento convencida y en parte es culpa del consumo indiscriminado de películas románticas desde que tengo memoria. Soy una persona bastante racional que flaquea cuando se trata de amor. 

En el libro Romantic Comedy — Boy Meets Girl Meets Genre de Tamar Jeffers McDonald, la autora habla acerca del patrón narrativo que tienen los géneros cinematográficos. Cuando se trata de la estructura de las películas románticas sería así: dos personas se conocen, se pelean por algo (que yo llamo “el momento drama” y es mi parte favorita), se reconcilian y se aman. ¿Pero qué sucede cuando en el medio de esa ecuación del éxito entra un componente llamado destino? 

MIRALO MIRALO

por Vicky Casaurang


Esta vez la suerte estuvo a mi favor. La cantante Loli Molina, una de las voces más dulces que escuché en mi vida, se presenta en el lugar que elijo para descansar. Así que estoy sentada en el barcito Mucho Bueno tomando una caipirinha y viéndola de cerquita, por primera vez. Entre tema y tema de su repertorio que recorre la música folklórica latinoamericana, junto a su compañero de gira, Pedro Rossi, anuncian que van a tocar una canción de Gustavo Pena, el músico de culto uruguayo apodado “El Príncipe”, que yo no conocía y sin embargo, se me pega y tarareo como ningún otro durante todas las vacaciones en Cabo Polonio.

Porque tiene mucho cielo y mucho mar,
me gusta este lugar, que no!
Cómo que no.
Miralo. Miralo.


Miro el sol subir por el mar. Son las siete de la mañana, temprano si uno no tiene obligaciones, lo sé, pero acá no hay persianas así que la niña despierta al alba. Me hago un café, el único que venden acá —que no es rico pero sí fuerte— y hago cálculos. Si no me fallan las cuentas es mi verano número doce en esta costa. ¿Cómo llegué hasta acá? 

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