EL JARDIN
DEL SUEÑO
por Júlia Garcia
El festival se desarrollaba en un enclave idílico, la casa de Vanessa Bell y el lugar de peregrinaje del movimiento Bloomsbury en el que además participaban dos de nuestras escritoras de referencia: Annie Ernaux y Sally Rooney.
Fuimos tres amigas. Cristina, Txell y yo. Al ser viajera frecuente y antigua residente en Inglaterra me confiaron la ruta y los encuadres. Aterrizamos en Londres y tomamos un tren hacia Brighton y desde allí nos dirigimos a Eastbourne donde habíamos reservado el alojamiento. Desde el principio tuve claro que más allá del festival quería llevarlas a la librería feminista y las residencias de las sufragistas en Brighton; a Towner: la galería de arte de Eastbourne y a Lewes, un pueblito que quedaba muy cerca de nuestro destino y del que había leído maravillas. Y así fue. Los días antes del festival vislumbramos el movimiento sin saltarnos ninguna comida, nos sentamos en la arena frente a la caída del sol, dormimos bajo el edredón, nos hicimos fotos y nos enredamos en conversaciones
interminables.
El día del festival llegamos a Lewes muy temprano, el sol leve asomaba entre las nubes. A la salida de la estación de tren nos esperaba un mini bus para llevarnos a Charleston. Una vez dentro, mientras cruzábamos South Downs, Cristina y yo nos cogíamos de la mano afilando nuestros sentidos, regulando nuestro entusiasmo. Annie Ernaux y Sally Rooney en la casa estudio de Vanessa Bell. Era demasiado perfecto para que fuera real.
El autobús nos dejó frente a un camino de bosque que atravesamos en completo silencio hasta llegar a la casa de campo más hermosa que habíamos visto nunca. Estaba enclavada en un paisaje rural pintoresco y rodeada de jardines llenos de flores silvestres.
Gladiolos, lirios y amapolas. La fachada de la casa estaba cubierta de hiedra y rosas trepadoras que miraban hacia un estanque cubierto de nenúfares. Allí, frente a frente, apenas escuchábamos el canto de los pájaros. Desde el exterior de la casa avanzamos por los senderos hacia el edificio que albergaba las exposiciones y la gran carpa en la que se celebraba el festival. Charleston Farmhouse fue el hogar de los artistas Vanessa Bell y Duncan Grant del icónico Bloomsbury Group. Con el tiempo, Charleston se convirtió en un punto de encuentro para muchos otros miembros de Bloomsbury, como el crítico de arte Roger Fry, y, por supuesto, la hermana de Vanessa Bell y escritora Virginia Woolf.
Después de pasear por el huerto amurallado y tomarnos un café en una de las naves llegó la hora de nuestra visita a la casa. A esa hora ya empezaban a llegar más visitantes. El interior de la casa era sumamente sinfónico y el verde especialmente bello de los árboles frente al estanque atravesaba los grandes ventanales mirándonos desde afuera.
Cada superficie de la casa estaba pintada con murales, grabados y patrones. Los icónicos diseños de lunares y tramas cruzadas de Vanessa Bell estaban esparcidos por toda la casa, acompañados de pinturas, diseños en telas y cerámicas. Cada rincón era una nueva forma de belleza. El estudio de pintura, las habitaciones, la bañera pintada, los biombos. Sobre la chimenea, las fotos de familia, sobre el mueble bar, el busto de Virginia. La luz natural irrumpía en cada encuadre. Observábamos cada escena a ras del asombro.
Después de comer nos dirigimos a la carpa. Cristina y yo nos sentamos juntas. Txell en primera fila. En el escenario Sally Rooney, Annie Ernaux y la intérprete Julia Hartley. Nosotras listas para tomar notas. Desde el primer momento Rooney cedió a Ernaux todo el protagonismo. Conversaron de lo íntimo y lo colectivo, del compromiso con la literatura y del proceso de creación. De la escritura desde la rabia. Desde el reflejo de la experiencia como mujer. Sally Rooney planteó la posibilidad de la escritura para sanar el pasado. Ernaux dijo que para ella es un misterio cómo toma cuerpo el lenguaje. Y cómo el lenguaje toma al cuerpo. Finalmente hablaron del significado de los diarios. Ernaux dijo que publicó el que correspondía a la enfermedad de su madre (No he salido de mi noche) diez años después que la novela (Una mujer). Esos diarios en crudo se abrieron para que
existiera otra verdad, incluso en una obra de esencia autobiográfica como la suya. Siete años después ya lo había olvidado, y no lo leyó como sus diarios, sino como una novela. La narrativa ya no le pertenecía. Finalmente tras unas palabras de admiración de Ernaux hacia la obra de Rooney, ésta se emocionó.
Aún hoy la escena llega tan clara como el día. El peso de la carpa desprendiendo el color claro por toda la sala. Los aplausos, el calor y las caras de placer del público. Tras finalizar el evento, tuvimos el privilegio de compartir con ellas algunas palabras. Tan cercanas, tan brillantes. Cristina saltaba del francés al inglés orgánicamente, mientras yo me comunicaba nerviosa pensado que había olvidado todas las palabras. Recuerdo contemplar las caras radiantes de mis dos amigas, no me hacía falta nada más.
Después de tanta presencia, abrumadas, nos dirigimos a las mesas de picnic y pedimos una botella de vino rosado, que finalmente se convertirían en dos. Allí fue el momento exacto en el que nos transformamos con el entorno. Cuando Txell tomó la fotografía. El cielo abierto, los ocres difuminados, el viento dócil como una pintura de Bell. Estábamos tan cerca del azul, de la casa habitada, de las flores salvajes. Aún recuerdo la temperatura de las piedras y de las manos. Vuelvo a aflojar la respiración y regreso a ese paisaje donde la distancia se cierra sin borde. Donde todo es infinitud. En el lugar donde observamos, lúcidas, la realidad más viva. Mi deseo es esa luz, ese espacio abierto.