recreo®

PROYECTO        TALLERES        ARCHIVO        SUSCRIPCION



ES ALLI A DONDE VOY


por Ana V. Catania

Publicado originalmente en The Chasco Gazette
Nov. 05, 2024

«Escribir. No puedo. Nadie puede. Hay que decirlo: no se puede». Me escudo detrás de Marguerite Duras, de sus palabras como hechizos, para justificarme. Frente al documento en blanco, el lienzo (la inmensidad vacía, la posibilidad infinita), quiero escribir pero me sale… 

No, no me sale espuma: me sale nada. 

Desde la soledad de su casa de Neauphle, en su habitación de armarios azules, frente a una ventana determinada, ante una mesa determinada, sobre una silla determinada, bajo los ritos de la tinta negra, Duras dice que no tener argumento, no tener historia, estar desnudo de trama, es la única forma de encontrarse. «Antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir».  No  soy capaz de acomodarme a esta filosofía, a esta ética de trabajo: no puedo sentarme a escribir sin saber qué quiero contar, qué pide ser escrito; sin saber hacia dónde. 

«En la punta de la palabra está la palabra». 

«Es allí a donde voy», respondo, obedientemente, junto a Clarice Lispector, como hacen los fieles en misa cuando el cura concluye el salmo. Intento ir hacia la punta de la palabra que me lleve a otra palabra y a otra palabra y así. Pero: ¿qué aparecerá? 

Sé que debería ser más disciplinada. Debería volver a escribir algo cada día: una carilla; o veinte, diez, tres líneas: sin mínimos ni máximos. Alternar la novela, en la que avanzo lentísimo, con escritos diarios. Un ejercicio, una gimnasia, que recomiendo a mis alumnos del taller, y que yo evito desvergonzadamente. Una práctica, natural, incorporada, como la respiración.  

Pienso (y siento y me muevo) en espiral, y, aún así, no hay iluminación, querida Virginia, no la hay. Me esfuerzo por cuajar dentro de un argumento, de una trama. Y lo cierto es que raramente me atraen las historias; de hecho, cada vez me interesan menos. Lo único que me lleva de los pelos es una voz, un fraseo, una combinación de palabras. Lo que en el fondo me interesa es abordar lo indecible, lo innombrable, el misterio. Quisiera ser capaz de pescar la entrelínea, de contar los silencios. Bailar, sin ninguna certeza o dirección, la música de los espacios en blanco.

¿Podré convertirme en una escritora de palabras y nada más? 

«Una palabra cae en la neblina / como la pelota de un niño entre la hierba / entre la que se queda seductoramente / centelleando y brillando», leo en un poema de Louise Glück, y se produce un pequeño chispazo: lo que necesito son palabras que se anuncien irradiando en los bordes.

No debería ser tan difícil: una palabra seguida de otra palabra seguida de otra palabra… Una frase que sugiere otra frase que sugiere otra frase… Sin saber qué habrá al final. Y entonces: hay algo allí donde antes había nada. 

Incorporo la la técnica del poeta-cuentista Raymond Carver que acabo de compartir con el grupo de taller: su acopio de frases-hallazgo. ¿A dónde lo conducirían? ¿Qué revelación traerían con ellas? ¿Qué efecto producirían? Y súbitamente todo comenzó a aclarársele. Esta frase no es mía. Es del maestro ruso, Antón Chéjov, y cayó de la neblina, y se quedó seductoramente centelleando y brillando en una ficha de tres por cinco pegada a la pared del escritorio de Raymond Carver. De estas seis palabras se desprende la energía suficiente para que una historia sea contada; se abre el misterio de que, al final, no es más que una palabra seguida de otra palabra, una frase seguida de otra frase, una línea debajo de otra línea, lo que contiene la maravilla de todo lo posible.

«Es la clase de noche que hace que hombres y ríos estén más cerca». Leo este verso del propio Carver en la clase de lectura de los jueves y siento ganas de llorar: es por la combinación única de sus catorce palabras, por el puro goce verbal; por la luz y el rigor, la delicia y la claridad, la gloria y la rareza que producen. 

No puedo escribir y, mientras tanto, todos a mi alrededor escriben, todo se escribe. Pienso que tal vez no haya nada que decir, pero aún así quiero decir, quiero decirlo, quiero decirlo todo. Y lo que sale es esta confusión, esta maraña de inquietudes y ansiedades y torpezas que soy.

Preparaba Funes el memorioso para la próxima clase de taller y entonces me dije: ¿cómo seguir después de esto? ¿Por qué? ¿Con qué sentido? Sale nada, cuando quiere salir todo: «todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra», los sueños, el fuego cambiante, las muchas caras del amor, los sabores y los sonidos, los olores, los paisajes y las sombras, las luces, los duelos, las soledades y los mares, los abrazos, los encuentros, las despedidas. 

«Escribir es imposible. Y sin embargo, se escribe». Lo sé, querida Marguerite, lo sé. 

Mientras tanto, me aferro a la esperanza, como hace el poeta-cuentista mientras camina, dentro de él mismo, y a lo largo de la orilla del río Paraná, de que algo se levante y salpique, de que algo brillante en los bordes salga a la superficie, y logre captarlo, oírlo, y entonces se produzca un súbito despertar, el repentino descubrimiento de que eso es mío, de que eso me comanda, de que  eso es lo único por lo que había estado esperando para sentarme y ponerme a escribir.

Una palabra detrás de otra.  

Es allí a donde voy.






Ana V. Catania nació en 1980, en Capital Federal, y se crió en el sur del Gran Buenos Aires. Estudió Filosofía y trabaja en Educación desde hace más de veinte años. Completó la formación en Escritura Narrativa en Casa de Letras, y entre 2013 y 2022 realizó tutoría de obra con José María Brindisi. Coordina talleres y cursos de filosofía, lectura, y escritura desde 2014. Colaboró para distintos medios gráficos y digitales como Conga, Encerrados Afuera, Style BA (Time Out), Bla (Uruguay), Sede, Con-versiones, Escritores del Mundo. Entre 2014 y 2017 fue editora de la revista Olfa, de distribución gratuita y versión digital. En febrero de 2020 publicó su primer libro de cuentos Nada dentro salvo el vacío (editorial añosluz).
Substack
Threads
quierounrecreo@gmail.com