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FANTASÍA
F5


por
Martina Manuele





Una noche, después de una fiesta, le dije a una amiga que creía que estábamos destinados a una persona. Más allá de su mirada de desconfianza, es algo de lo que estoy cien por ciento convencida y en parte es culpa del consumo indiscriminado de películas románticas desde que tengo memoria. Soy una persona bastante racional que flaquea cuando se trata de amor. 

En el libro Romantic Comedy — Boy Meets Girl Meets Genre de Tamar Jeffers McDonald, la autora habla acerca del patrón narrativo que tienen los géneros cinematográficos. Cuando se trata de la estructura de las películas románticas sería así: dos personas se conocen, se pelean por algo (que yo llamo “el momento drama” y es mi parte favorita), se reconcilian y se aman. ¿Pero qué sucede cuando en el medio de esa ecuación del éxito entra un componente llamado destino? 

Ese es el caso de la grandiosa Serendipity, película del 2001 protagonizada por John Cusack y Kate Beckinsale. Jonathan y Sara se conocen de casualidad en un shopping. Ambos están haciendo compras para los regalos de Navidad, eligen el mismo par de guantes, pero claro, solo queda un par disponible. Tras una larga conversación, se los queda ella. En la segunda escena, están tomando un helado y sucede este diálogo:

Sara: Aunque no creo en los accidentes, el destino está detrás de todo. 
Jonathan: Ah, eso crees. El destino está detrás de todo.
Sara: Eso creo yo
Jonathan: Todo está predestinado. ¿No tenemos alternativa?
Sara: Creo que tomamos nuestras propias decisiones, pero… el destino envía señales. Según como la leemos, somos felices o no.

Para demostrar su punto, Sara le dice a Jonathan que escriba su número de teléfono en un billete de cinco dólares y ella, inmediatamente, hace una compra con el mismo. Después, Sara escribe su teléfono en la primera hoja de El amor en los tiempos del cólera y le dice a Jonathan que al día siguiente lo va a vender en una librería de libros usados. Si están destinados, se van a encontrar a través de esos objetos. 

¿A dónde quiero llegar con esto? Primero, que estoy a nada de bajarme una app de citas para hacer lo mismo que Sara. Segundo, es una película donde dos personas se conocen, pero en el medio de la fórmula, se interpone la cuestión del destino. Durante años, Jonathan y Sara piensan en el otro pero están con otras personas y creen que así lo quiere el destino. No les voy a contar el final, recomiendo que la vean.

Lo que más me gusta de las películas románticas que incluyen el factor del destino como parte de la trama es esa fina línea entre lo irracional y la paciencia. Las personas que creemos, somos cautelosas, observadoras, estamos atentas a todas las señales. Todo puede significar algo. Sentimos que algo divino, algo inexplicable, quiere permanentemente decirnos algo. Para salir de las películas y volver a la realidad, en todos los museos a los que fuí durante un viaje a Europa, me encontré una escultura o un cuadro del mito de Eros y Psique. Ya en el tercer museo que me pasó, pensé: es el destino. Es una señal de algo. 

Obvio que me siento identificada con Jonathan que busca por todo New York, un libro usado de Gabriel García Marquez con la esperanza latente de que el destino va a estar de su lado. ¿Es cliché? Sí. ¿Es fantasioso? Sí. ¿Pero qué sería del humano sin la fantasía, sin algo en qué creer? 

Hay momentos donde mi costado racional entra en todos los huecos de mi cerebro: ¿por qué crees tanto en el amor? ¿Para qué? Desde que soy chica estoy en búsqueda de algo que no termino de entender bien. Tengo la imagen latente de tener nueve años y estar expectante frente a la pantalla de la computadora porque un juego me iba a decir el porcentaje de compatibilidad con el chico que me gustaba en ese momento. Si era menos del 50% apretaba F5 y volvía a empezar. 

Esta adicción por el saber y el amor se sostuvo durante mi adolescencia. Con la llegada de la astrología a terrenos antes inimaginados, entraba en un proceso de stalkeo profundo para saber cuál era el signo zodiacal del chico que me gustaba. Después, gracias a Internet, entraba a Tumblr y leía sobre la compatibilidad de su signo y el mío. Leer esos textos escritos por otras adolescentes como yo, eran un bálsamo para mi cerebro. De repente, la vida tenía todo el sentido del mundo. 

Mi lado irracional se refugia en la idea de que hay un hombre viviendo su vida, mientras yo vivo la mía y en el momento indicado nos conocemos. Pienso en que quizás ya nos conocemos y nos volveremos a ver en diez o veinte años. Que tal vez ya lo ví en la calle o cruzamos miradas en un tren, en el supermercado o en un boliche mal iluminado. Me pregunto si vivimos en distintas ciudades y nos enamoraremos al igual que Tom Hanks y Meg Ryan en Sleepless in Seattle y en San Valentín nos encontramos en algún edificio histórico. Y así fantaseo por horas y horas porque si no ¿de qué se trata la vida?





Como buena centennial, a Kiki le cuesta definirse. Le gustan muchas cosas y termina haciendo pocas. Las tres cosas que más disfruta son leer, dormir la siesta y ver películas románticas. Fiel a su generación, usa la computadora desde muy chica y su primer trabajo no oficial fue a los diez años subiendo posteos a una página de Facebook de One Direction. De más grande, descubrió que ese mismo trabajo podía ser remunerado y empezó a trabajar haciendo comunicación con su hermana mayor. También, fue parte de la redacción del newsletter cultural Finde.club. En la actualidad, trabaja en la productora audiovisual Poster y sigue escuchando boy bands con la misma pasión que a los diez años. 
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