GOZO, UN TIEMPO DE ESPERA
por Anna Sánchez Fita
Parece ser que cada vez más se habla sobre el cansancio. El cansancio se ha popularizado: hay libros, ensayos, películas que tratan de personas cansadas y de un anhelo hacia una vida destinada al gozo. Y me pregunto: ¿todo tipo de gozo es válido?
Puede ser que gozar también sea una tarea. Cuando hablamos de cansancio, nos podemos referir al trabajo. El trabajo, aquello a lo que sometemos nuestro tiempo, o como bien dice Berardi, aquello a lo que las trabajadoras hemos sido reducidas: horas, minutos, segundos.
El tiempo es solicitado, así como concedido. El bien más preciado, afirma Yun Sun Limet, se ha convertido en juguete. El trabajador vende su tiempo, «hace la ofrenda completa de su disponibilidad».
O tal vez podemos hablar de cansancio en nuestro tiempo libre. Sumergidos en la era de la rapidez, donde la psicología del yo se encarga de que no nos olvidemos de aprovechar, gestionar, producir nuestro tiempo, como si de grandes lobbys se tratara. El tiempo del gozo se ha convertido en un gran expendedor de crear experiencias monetarias, eliminando todo elemento contemplativo.
Azahara Alonso, en su libro Gozo, nos devuelve la oportunidad de reapropiarnos de la pérdida del tiempo. Lo hace rememorando las vacaciones de su infancia, deseando «ejercer el ocio de los niños hasta hurgar en la tierra de pura curiosidad o aburrimiento». Reapropiarse del tiempo sin remordimientos. El remordimiento parece ser el síntoma del deseo desubicado. Un deseo hacia fuera, escapando del deseo propio, aquel que nos pertenece y nos abastece de vivir nuestra vida, según nuestras propias elecciones.
Simone Weil afirmaba que lo que nos mueve es el deseo. A menudo, depositamos en el objeto la proyección de lo que queremos construir como deseable, lo cierto es que el objeto en sí mismo carece de interés. Es solo una construcción, un espejismo. El deseo que lejos de situarse fuera, nace de dentro, así satisfaciendo el alma.
Movilizar nuestro deseo, puede requerir de una espera. De un tiempo muerto que nos permita resurgir el contacto genuino con nosotras mismas y con las otras. Es en la espera, donde la esclavitud de medir el tiempo, se descompone para abrirse en una infinitud de posibilidades. ¿Cómo voy a saber qué deseo si solo hay espacio para la prisa? ¿Cómo gozar si no hay espacio para el deseo? Definitivamente, no todo tipo de gozo es válido.
Puede ser que gozar también sea una tarea. Cuando hablamos de cansancio, nos podemos referir al trabajo. El trabajo, aquello a lo que sometemos nuestro tiempo, o como bien dice Berardi, aquello a lo que las trabajadoras hemos sido reducidas: horas, minutos, segundos.
El tiempo es solicitado, así como concedido. El bien más preciado, afirma Yun Sun Limet, se ha convertido en juguete. El trabajador vende su tiempo, «hace la ofrenda completa de su disponibilidad».
O tal vez podemos hablar de cansancio en nuestro tiempo libre. Sumergidos en la era de la rapidez, donde la psicología del yo se encarga de que no nos olvidemos de aprovechar, gestionar, producir nuestro tiempo, como si de grandes lobbys se tratara. El tiempo del gozo se ha convertido en un gran expendedor de crear experiencias monetarias, eliminando todo elemento contemplativo.
Azahara Alonso, en su libro Gozo, nos devuelve la oportunidad de reapropiarnos de la pérdida del tiempo. Lo hace rememorando las vacaciones de su infancia, deseando «ejercer el ocio de los niños hasta hurgar en la tierra de pura curiosidad o aburrimiento». Reapropiarse del tiempo sin remordimientos. El remordimiento parece ser el síntoma del deseo desubicado. Un deseo hacia fuera, escapando del deseo propio, aquel que nos pertenece y nos abastece de vivir nuestra vida, según nuestras propias elecciones.
Simone Weil afirmaba que lo que nos mueve es el deseo. A menudo, depositamos en el objeto la proyección de lo que queremos construir como deseable, lo cierto es que el objeto en sí mismo carece de interés. Es solo una construcción, un espejismo. El deseo que lejos de situarse fuera, nace de dentro, así satisfaciendo el alma.
Movilizar nuestro deseo, puede requerir de una espera. De un tiempo muerto que nos permita resurgir el contacto genuino con nosotras mismas y con las otras. Es en la espera, donde la esclavitud de medir el tiempo, se descompone para abrirse en una infinitud de posibilidades. ¿Cómo voy a saber qué deseo si solo hay espacio para la prisa? ¿Cómo gozar si no hay espacio para el deseo? Definitivamente, no todo tipo de gozo es válido.
Anna Sánchez Fita (Barcelona, 1994). Psicoterapeuta, educadora social y lectora. Ha trabajado durante diez años con mujeres en situación de riesgo social, donde la cultura y la literatura han jugado un papel fundamental para la reapropiación de los espacios de las mismas mujeres. Actualmente trabaja como psicoterapeuta en el Centro de Psicoterapia Girona.
Agustina Manuele
Co-fundadora
Directora
Flor Vent
Co-fundadora
Directora Editorial y Creativa
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