MI CORAZÓN ES
UNA PIEDRA IRREGULAR


por Flor Vent






Hablo de las piedras desnudas, fascinación y gloria, donde se oculta y al mismo tiempo se entrega
un misterio más lento, más vasto y más serio que el destino de una especie pasajera.
Roger Caillois, Piedras

Una piedra perfecta encierra dentro de sí una montaña, nos enseña el valle, 
sugiere el viento y las nubes. Nos revela el universo.
Yoshiharu Tsuge, El hombre sin talento


1/

Cuando lo dejé con una de mis ex parejas, una de las cosas que deseché en la mudanza del piso que compartimos fue un póster, que al vislumbrar el declive de nuestro vínculo amoroso, había hecho manualmente y colgado de mi lado del estudio que teníamos en nuestra casa. El póster decía «las mismas piedras». Por circunstancias similares —es decir, el reconocimiento de repeticiones que merecen ser revisadas—, estas últimas semanas me las he pasado leyendo sobre piedras, admirando fotografías de piedras, dibujando formas abstractas que podrían ser piedras, hablando, incluso, sobre piedras. Y fue dentro de esa pequeña obsesión que recordé In the mood for love, la obra icónica de Wong Kar-Wai en la que vestidos estampados envuelven de sensualidad la decadencia, callejones nocturnos posibilitan encuentros deseados, y planos claustrofóbicos, en su melancolía del detalle, dejan entrever las estructuras que nos devoran cuando no somos conscientes de las dos caras de un muro.


2/

En su texto Fascinación del mineral, Emil Cioran, escritor y filósofo pesimista, plantea la idea de que «cuando se emprende una búsqueda, sea en el terreno que sea, el signo de que se ha encontrado, de que se ha llegado al final, es el cambio de tono, los accesos de lirismo cuya necesidad, a priori, no se imponían». En la película de Wong Kar-Wai el cambio de tono es aplastante: hacia el final, Chow Mo-wan hace un último intento por materializar un secreto —que es en verdad un deseo— en el interior de un agujero de un templo sagrado; y la cámara decide sepultar la confesión para siempre. Deja atrás los planos claustrofóbicos, los vestidos estampados, los noodles, el interiorismo decadente. Por primera vez desaparecen los desencuentros, las paredes de un lado y del otro que antes parecían ser una sola. Sin embargo, en ese signo de que se ha llegado al final, lo que se mantiene es la espera. Como en un bucle se vuelve a esperar que las vecinas lleguen, se reúnan y terminen su partida de la noche. Se vuelve a esperar que los pasillos del bloque se vacíen tras cada ecléctica mudanza. Se vuelve a esperar, también, la hora de la cena con una delicadeza angustiante; porque cuando Su Li-zhen coge su tupper y sale sola todas las noches a las calles oscuras en busca de noodles —antes y después—, está esperando. Porque cuando Chow Mo-wan golpea a la puerta de Su Li-zhen —antes y después, y aún cuando ella le abre—, está esperando: el cambio de tono, el desenlace; la fortaleza, incluso, del imprevisto.

Wong Kar-Wai no nos entrega un relato sin fisuras, permanece —una y otra vez— en ese ensayo y error que son los tejidos vinculares. Y propone grietas. Así, la consciencia de las dos caras del muro, la espera y la materialización del deseo, erosionan, es decir, posibilitan nuevas formas.


3/

En la dinastía Song, los eruditos chinos apreciaban la formación de rocas naturales sin tallados artificiales. Las llamadas piedras Gongshi —también conocidas como rocas esculturales— son piedras moldeadas naturalmente, de tamaños y pesos variados, normalmente conmemorativas o decorativas; avatares de montañas que en la cultura oriental poseían un gran valor espiritual para los eruditos. Piedras desgastadas, piedras erosionadas, piedras que —permitiéndome la licencia poética— han esperado. El agua ha mordisqueado su superficie, ha creado poros, grutas diminutas, cavernas en miniatura, huecos y perforaciones que contrastan dramáticamente con su solidez. Y esto es lo que las ha vuelto interesantes, bellas, posibles evocadoras de misterios.


4/

En una actualidad donde la urgencia debilita la práctica de la espera, disminuye la capacidad de mediatizar. Si el cuerpo hegemónico vigente es un cuerpo productivo, un cuerpo rendidor, poner algo entre el estímulo y la respuesta, algo entre el deseo y la satisfacción, parece casi imposible. Por eso me interesa más un cuerpo no que rinda sino que se rinda, que acepte su fragilidad, su ambivalencia, su fluctuación. Un cuerpo que interrumpa en la farmacología de los binarismos, esos que aparentemente nos tranquilizan al enmarcarnos en bordes muy precisos. Un cuerpo, estilo malabarista, que se deje mecer —en los instantes de vacío— en la distancia entre presencia y ausencia, siendo este también un espacio que posibilita lo reflexivo, la evocación del misterio, la búsqueda hacia los nuevos accesos de lirismo. Un cuerpo piedra Gongshi.









Flor Vent (Argentina, 1986) es antes que nada lectora. Estudió fotografía. Escribe y diseña. Formó parte de la editorial independiente Morosophos (2007-2010). Coordinó el taller El cuerpo como herramienta discursiva (2012-2015). En 2014 creó la micro-editorial de fanzines Riot Love. Publicó de forma independiente poemarios y piezas gráficas. Coordinó talleres de fotografía, autopublicación y escritura. Escribe para artistas, exposiciones, catálogos y libros. Actualmente reside en Barcelona y coordina el ciclo de lecturas He salido con lámparas a buscarme allí fuera. Es co-fundadora y directora creativa de recreo®. 



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