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MILLENNIALS Y UN CUENTO QUE VALGA LA PENA


por Dani Zárate





Hace horas que veo en loop el mismo video en TikTok: Flor Bertotti anuncia su gira por Estados Unidos con un clip de recortes de sus recitales en Centroamérica y Europa. Miles de personas entran corriendo al venue de República Dominicana, un fan action en Nápoles, sus seguidores panameños enardecidos al verla, entre otros.

De pronto, entender el furor por el comeback de Flor Bertotti es mi nuevo desafío, mi nuevo guilty pleasure. No porque no pueda creer que ella haya querido volver a cantar y tuviera la confianza en sí misma de que valía la pena intentarlo. Sino por cómo Flor Bertotti no jugó a medias tintas ni pretendió disfrazarse de algo que no es. Ella se animó y fue por todo: armó un setlist con todos los temas que escribió y cantó en televisión, demostró que ella es Floricienta y comprobó que había millones de personas dispuestas a abrazar la fantasía del Príncipe Azul y que los sueños pueden convertirse en realidad. Aunque sea por una hora y veinte. La verdad, Chapeau!


FLORICIENTA

Cris Morena tuvo muchísimos éxitos a lo largo de su carrera. Muchas de sus series televisivas consiguieron una repercusión internacional pocas veces vista en Argentina. Pero la que llenó estadios, acá y en decenas de países, fue Floricienta, el éxito más grande de la productora.  

Floricienta se emitió en más de 40 países de América Latina, Europa y Medio Oriente y tuvo cinco adaptaciones: Chile, Colombia, Brasil, México y Portugal. Su popularidad derivó en un musical que recorrió gran parte de Latinoamérica, México e Israel y a nivel local, más de 100 funciones en el Teatro Gran Rex, 8 en el Luna Park y 3 en el mítico Estadio Vélez, además de recorrer todo el país.

La propuesta era sencilla: Flor es una chica pobre y huérfana que le gusta cantar y termina trabajando como niñera en la casa de Federico Fritzenwalden, un hombre rico plagado de responsabilidades que debe hacerse cargo de sus hermanos luego de la muerte de sus padres. Ella es buena y él también, pero es frío y distante, y tiene una novia y una suegra que solo lo quieren por su dinero. ¿Cómo termina la obra? Flor y Federico terminan juntos a pesar de los obstáculos. Y como si eso fuera poco, él muere pero su alma busca refugio en el cuerpo de un conde que no solo se hará cargo de los niños Fritzenwalden sino también tendrá su propia historia de amor con Flor, ahora con estatus monárquico. Por supuesto, Flor y el Conde se casan, tienen trillizos, etc.

En otras palabras, Flor es salvada (dos veces) por un príncipe azul y se cumplen todos sus deseos gracias a su esfuerzo, su intuición y la magia que la rodea por ser buena persona.

Hay clichés por todos lados, se reproducen patrones de género —hoy cuestionables—, y los mensajes pueden ser demasiado universales. Pero sin dudas, la propuesta de crear un mundo mágico se logró con éxito y tuvo a millones de niños, niñas y adolescentes pegados a la pantalla durante años viendo a Flori buscar el amor y tratar de cumplir sus sueños.

Sin embargo, costaría creer que dos décadas después, el éxito contínua: Flor Bertotti en Concierto, una especie de show/remake que produjo Flor Bertotti con Willy Lorenzo (Ex-Director Musical de Cris Morena) lleva más de 300.000 tickets vendidos, dos años de gira recorriendo el mundo (con paradas impensadas como el Wizink de Madrid, el Auditorio Nacional de México, el United Palace de New York, el Palazzo Dello Sport de Roma, entre tantas otras), el récord máximo de 12 Movistar Arena sold out y preparó un cierre con broche de oro en el Estadio Uno de La Plata.

Igualmente acá no estamos únicamente para hablar del éxito de Flor Bertotti ni de los números de Floricienta, sino para intentar codificar por qué cientos de miles de personas compraron sus entradas para revivir la narrativa del cuento de hadas y reconectar con sus infancias.


¿QUIÉNES LA SIGUEN BANCANDO?

#Nosotrxs… lxs millennials.
Por si quedaban dudas, la generación millenial, la mía, no paramos de demostrar que es la más nostálgica de todas. Hay quienes se limitan a decir que esa nostalgia es el resultado de que ya no somos tan importantes y que lxs centennials nos pasaron el trapo en todo. Otros opinan que tiene que ver con la complejidad que encontramos para  “madurar”. Sin embargo, creo que se suman otras cuestiones y que son igual de importantes.

Se dice que lxs millennials somos la generación más educada de la historia y que mejor ha intentado combinar los intereses personales, profesionales y recreativos. En otras palabras: el trabajo, la familia (en un concepto muchísimo más amplio que antes) y el placer. Además, somos quienes más retrasamos tener hijos y “alargamos” nuestra juventud. Por otra parte, todo esto crece a la par de ser quienes más recurrimos a antidepresivos, atravesamos crisis de ansiedad y ponemos el foco en la salud mental.

Por otro lado, también es la generación que atravesó el traspaso de un mundo analógico al digital, y qué desde la irrupción de las redes sociales y la masificación de los medios de comunicación, ahora es testigo constante de los cambios culturales, sociales y económicos que irrumpen en nuestras vidas de una forma tan rápida y voraz como nunca antes había pasado. Y todo esto, dejando a la IA, la posverdad, la concentración económica, las guerras religiosas y económicas, entre otras, fuera del análisis. Paren todo, que me quiero bajar.

Como mencioné anteriormente, lxs millennials cambiamos el concepto de adultez. Así como creo que nuestros padres intentaron incorporar la noción de libertad en sus decisiones  y surgieron debates como el del divorcio, las familias ensambladas, tomaron otra fuerza las luchas de género, creo que en nuestro caso se sumaron la conciencia del disfrute y el derecho al ocio y al esparcimiento.

Lxs millennials sabemos lo bien que hace divertirse y conectar con nuestras emociones. Que en ese ejercicio de placer existe una garantía de éxito y que hacer espacio a lo que nos hace bien permite sacar lo que nos hace mal.

Nuestros padres, en su mayoría, no pudieron poner en palabras lo que les hacía mal. Priorizaron siempre “el hacer” sin un mapa muy claro de hacia dónde ir ni cómo hacerlo. Quizás fue por eso, que de forma muy natural, nosotros pudimos dar vuelta esa página.

¿Y esto qué tiene que ver con ir a ver a Flor Bertotti? ¡Ya voy! falta un cachito.


MI YO DEL 2004

Yo estaba solo en mi casa cuando llegó mi papá y me vio bailar Floricienta. Yo copiaba lo que decía la tele. «Los sueños se hacen realidad» decía Flor Bertotti con una sonrisa tan potente que nadie dudaba que lo que decía era cierto. Pero mi padre tenía otros planes para mí. Llantos, gritos. Un tsunami emocional destruía las esperanzas de un niño que aún no sabía nada del funcionamiento del mundo.  

Cuando yo era chico compré al 100% la promesa de un cuento de hadas. Sabía que las hadas no existían, que el Príncipe Azul era una construcción comercial, pero sí necesité creer que los sueños se hacían realidad.

Me fue muy fácil caer en esa ilusión porque era un método de supervivencia: un niño gay tratando de sobrevivir en un mundo heteronormado y egoísta. Pero no era el único caso posible. Las infancias siempre son territorios difíciles de transitar para quienes no encajan en los prototipos prefabricados de personas. Y eso lo sabemos todos los que formamos parte de las disidencias, las sexuales, corporales, de género, con discapacidad, etc, etc, etc.

La opresión a lo distinto está presente en todos lados. Sucede en las instituciones, en la calle y en los recreos. Muchos de nosotrxs ni siquiera supimos pedir ayuda, pero encontramos refugio en el arte. Podría haber sido otra cosa, pero el entretenimiento masivo es lo que estaba al alcance de un control remoto.

Yo también soñaba en secreto con tener un Conde que me salvara para siempre y me permitiera cumplir mi sueño de ser correspondido. Gracias a Floricienta podía construir un código común con las nenas de mi primaria y compartir un mismo lenguaje. Durante ese momento de mi vida entendí lo que significaba enamorarse y el concepto de incondicionalidad. Y todo esto sucedía una hora por día frente a la pantalla, cuando volvía agotado de enfrentar una realidad que pocas respuestas tenía a mis preguntas.


¡GRACIAS FLOR!

Por supuesto que Floricienta no tenía un mensaje vanguardista y comunitario, de hecho proponía una narrativa clásica y hegemónica, pero acá no estamos juzgando el producto sino tratando de entender su magnitud a 20 años de su estreno.

El mundo siempre fue un lugar difícil, pero me atrevo a decir que nunca estuvimos tan al tanto de sus complejidades. Entre la globalización, las redes sociales, la tecnología, un mar de ansiedad nos ataca por todos lados, las garantías se nos escurren por los dedos y la incertidumbre nunca estuvo tan presente. Todos estamos al tanto que no hay lugar para todos y eso angustia…y mucho.

Ya sabemos que no se puede más con la fórmula de felicidad capitalista de conseguir todo lo que te propongas: la casa propia, el reconocimiento profesional, profundizar tu vocación, que el hombre de tus sueños te elija, no tener colesterol ni glucosa alterada navegando el mar de los ultraprocesados, entre tantas otras cosas.

Frente a esto, nuestra generación lidia con estos problemas como puede. Por supuesto que existe una contracara y por algo nos señalan como la generación débil, mansa, que todo le cuesta el doble. Seguro, como siempre en la vida, existe un poco de todo. Pero si creo que todo puede co-existir y que todo mecanismo de reencuentro con nuestra sensibilidad y nuestro lugar seguro emocional, es válido y hasta a veces, necesario.

Somos muchos los que aprendimos a construirnos un refugio desde muy chicos, cuando el mundo nos cerró las puertas y cuando entendimos que no hay Príncipes Azules para todos.

Por eso, en este mar de caos que es la sociedad actual, donde todo parece que va de mal en peor, me parece casi que natural que miles de personas quieran reconectar con ese primer refugio donde construyeron sus primeras ilusiones. Donde sentaron el precedente de sus primeras motivaciones. Dónde se sintieron seguros por primera vez.

Flor Bertotti no es una rockera canchera ni una diva del pop. Ella es Floricienta, una persona/personaje que volvió a recordarnos la importancia de los conceptos más básicos del ser humano: ser feliz, buscar siempre el amor y confiar en la importancia de ser nosotros mismos.

Y sí, en el 2024, con un mundo en cualquiera, había mucho lugar para eso. Porque, por supuesto, ir a ver a Flor Bertotti no te exime de los problemas de pagar el alquiler, pero si te recuerda, durante una hora y veinte, cuán importante es que nuestro cuento valga la pena.






Dani Zárate es guionista, comunicador y redactor creativo. Nacido y criado en Buenos Aires, la mayor parte del tiempo está escribiendo y a veces le gusta leer sus relatos en público. En 2024 estrenó Mundos íntimos: un ciclo de comedia, literatura y música. Fanático de Avril Lavigne, el café y la astrología, lo más que disfruta hacer es contar historias. 



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