CON B DE BOCA
por Alex De Paula
Fue como si estuviera escrito en la palma de mi mano izquierda, en una línea bifurcada. Hubo una promoción exclusiva de pasajes, la moneda se devaluó abruptamente, la presión atmosférica bajó por primera vez diez grados hacia el sur. “Pero sos una nena”, insistió la mujer del Registro Nacional de las Personas, que la conocía desde hacía años y parecía no ver nada de interesante en ella. Ya los de Migraciones dijeron que mi nombre era demasiado largo para entrar en el sistema, no había espacio para las dos últimas letras de mi tercer apellido.
En los primeros meses, las tardes dormían entre nosotras. El viento corría entre los hilos de mi pelo, hacía cosquillas en los edificios. Yo doblaba las esquinas como se dobla la bufanda preparándose para salir. Desdoblaba las noches como a una servilleta. Servilleta. Una palabra que tardé en aprender. Cuántas veces dije “Pasame el papel, por favor”. Servilleta, servilleta es, me decía a mí misma. El tenedor, el placard, la cuchara. La silla, la calle, la manzana. La albahaca, el perejil. El paisaje, no “la paisaje”. El bondi, la ventana, la persiana. La palabra rara me sigue saliendo rara. La palabra Dios me hace parecer una chica de poca fe. Para estar con ella aprendí cuánto se vive de desespero dentro de la palabra desespero. En su nombre vivían muchas cosas. Ya el mío, apretado, vivía en ella.