ES ALLI A DONDE VOY
«Escribir. No puedo. Nadie puede. Hay que decirlo: no se puede». Me escudo detrás de Marguerite Duras, de sus palabras como hechizos, para justificarme. Frente al documento en blanco, el lienzo (la inmensidad vacía, la posibilidad infinita), quiero escribir pero me sale…
No, no me sale espuma: me sale nada.
Desde la soledad de su casa de Neauphle, en su habitación de armarios azules, frente a una ventana determinada, ante una mesa determinada, sobre una silla determinada, bajo los ritos de la tinta negra, Duras dice que no tener argumento, no tener historia, estar desnudo de trama, es la única forma de encontrarse. «Antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir». No soy capaz de acomodarme a esta filosofía, a esta ética de trabajo: no puedo sentarme a escribir sin saber qué quiero contar, qué pide ser escrito; sin saber hacia dónde.