LA ILUSIÓN ES COMO UNA SUSCRIPCIÓN DEL APP STORE
por Camila Naveira
Hay películas que se me meten en el cuerpo. Anora, la última ganadora del Oscar a Mejor Película, es una de ellas. Es la historia del florecimiento y colapso de un sueño improbable. Te hace reír, tiene acción, te da todo lo que querés cuando vas a ver una película. El problema —o el acierto— es el final, que te atraviesa al revelar el costo de dejarse llevar por la indulgencia de una ilusión.
Ani no estaba buscando activamente sumergirse en esa visión fantástica de su propia vida. Ani estaba trabajando de stripper, como una noche cualquiera en su vida, cuando esa posibilidad apareció y la embrujó. Porque las ilusiones y sus primas, las expectativas, hacen eso: de pronto están viviendo en tu casa y no te acordas exactamente cuándo fue que las invitaste a entrar, pero ahí están, instaladísimas.
Ahora Ani cree que es posible una vida muy distinta para ella. ¿Por qué no?
A diferencia de Ani, yo no entro sin querer, sino que planeo mis visiones con devoción y detalle.
Diseñar futuros posibles me sale bien, años masterizando el arte de planear con precisión. El problema es que hay una porción de materia en el universo que responde bien a mis encantos, las cosas salen como quiero. Entonces me embriago, y me olvido que es una excepción. Pero hace un tiempo empecé a planear algo grande, quizás lo más grande que he planeado jamás. El plan es perfecto, me van a admirar. Pero no. Una y otra vez, no. El plan no funciona y la pregunta recurrente es, ¿Qué hice mal?