EL SILENCIO DE LOS HOMBRES
DIARIO DE RODAJE
por Lucía Lubarsky
Día 1
Casa de Emmanuel
Llegamos a lo de Emma como un desembarco. Imagino que así llegan los marinos cuando amarran anclas a un puerto nuevo: con incertidumbre e inquietud. Bajamos los equipos y pienso: no sé cómo se hace esto. ¿Cómo se empieza un documental?
Emma me dice: un día llegaste y me hiciste preguntas que no me había hecho, pasó algo que sino no hubiera pasado, y ahora estamos acá.
Hay procesos que no se pueden hacer solos.
Lo de hoy fue real. Quiero recuperar algo de ese diálogo, de esas palabras de Emma.
¿Cuándo nace un documental? ¿Cuando se prende la cámara o mucho antes? ¿Cuando se garabatean los primeros textos? ¿Cuando surgen las inquietudes iniciales o cuando esas inquietudes insisten? ¿Cuando se logran formular las preguntas medulares?
¿Cuándo se corta una escena documental? ¿Cuánto se deja a la quietud y al silencio estar? Intento rastrear el pulso natural, el respiro que hay entre una palabra y la siguiente, en ese hiato que aparece entre un pensamiento y otro, que no es vacío sino hendidura. Dejar venir lo que vendrá —que a veces no se sabe qué es—, es incierto e inquietante. Y vuelvo al desembarco: ¿estamos perdiendo el tiempo? ¿Qué estamos esperando? Estamos dejando que el tiempo haga, que se manifieste. Estamos dejando que los tiempos blandos aparezcan para permear la guía. Estamos, también, relegando el control. Confiando. Confiando en no saber. En una partitura distinta a la propia, aún no escrita. Estamos entrenando la escucha y escuchar es entrar en silencio, no decir de más, no tapar los silencios del otro. Dejar que las cosas pasen como un río de silencio invisible.
Hoy el equipo rodeó la acción sosteniendo la atmósfera. Se entregó, se sorprendió, se dejó llevar. Emmanuel contó sucesos importantes de su vida por primera vez. ¿Qué fue lo catalizador?
Pienso que el encuentro documental, fuera de una pulsión extractivista, puede ser un proceso hacia algo más. Recuerdo a Coutinho y su cine de conversación.
Hoy creí entender por qué estudié cine. Sostener el silencio. No intervenir de más pero intervenir. Controlar mucho sofoca, pero no proponer confunde. Hacerse cargo del hecho documental como una performance más de la vida, un dispositivo para estar en contacto o no estarlo. Lo documental tiene mucho que ver con la poesía, no por el lirismo, sino por el diálogo ambiguo de imantación y tensión que se establece con lo real.
Día 3
Casa de Andrés
El monoambiente de Andrés es chico. Entre los equipos y los cuerpos casi no entramos. Andrés es solitario y se lo nota algo invadido. Movemos muebles de lugar porque no logramos filmar desde ningún punto.
Nunca hubo tantas personas en esta casa, me dice. Me pregunto por qué las personas acceden a ser filmadas, por qué abren sus casas y sus espacios más íntimos. ¿Qué esperan de ser filmadas? ¿Lo saben? Les damos indicaciones, pedimos repetir acciones, se cansan, por momentos quieren que desaparezcamos. Imagino que hay algo gratificante en despertar interés en los demás. Con Andrés siento el riesgo de que algo se quiebre.
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Empezó la filmación y no lo veía cómodo. Yo tampoco lo estaba. No sabía cómo cortar ese clima e ir hacia otro lado, dejar que suceda un diálogo real. Mi tensión no me dejaba ver ni esperar. Estaba buscando que algo pase.
¿Por qué estoy filmando un bollo de pan? Las manos huesudas de Andrés amasaban un pan con una dedicación desconocida para las mías. ¿Todo lo que filmo debería tener que ver con el mundo masculino? De pronto empezó a hablar sobre cómo se hacía el pan, de dónde había aprendido. Dijó “hacer pan” en guaraní, una lengua que estudió para poder comunicarse con sus alumnos paraguayos. Tenía que encontrar los modos de acercarme a ellos. El esfuerzo por acercarse se valora, intentar entender al otro en su lengua, dijo. Hay algo de filmar documentales que tiene que ver con eso: arrimarse en un cuerpo a cuerpo. El devenir de Andrés fue errático, pero de a poco pensar lo llevó a soltarse. Y sentado, mientras esperaba que el pan se hiciera, salieron cosas.
Día 10
Valentín, taller de luthería y campo con Marcelo
Duermo muy poco. Amanezco 6 a.m. Armo mates y me voy a la galería del campo donde nací. Estoy cansada pero despierta, lúcida, permeable. Estuvo bien llegar un día antes para que mi papá conozca al equipo y para entrar en el clima de este universo. Es importante dormir en el campo. Escuchar sus sonidos, sentir su tiempo.
¿Cómo filmar a la familia? ¿Cómo indagar en preguntas que en parte creo saber? Quiero entender cómo hacer lo que viene: cómo encarar la charla, qué tono darle al diálogo. Cómo hacer para ir de un tema, o de una época a otra, sin caer en una entrevista. Miro las preguntas que tenía y las anoto en un cuaderno de ayuda memoria, confiando que cuando escribo un machete ya no necesito volver a verlo. Hago un croquis mental de la charla para no perderme y que a su vez se reescriba en vivo, atento a lo que suceda.
Lo que no se hable es porque no entró ahí, me digo.
Llegamos a mi casa familiar y al taller de luthería de Valentín. Todo va suave, el cielo está plomizo y dan pronóstico de lluvia. Reacomodamos el taller para la charla. Buscamos el encuadre, el perfil de Valentín. Proponer un encuadre es entrar en relación, es buscar un punto de vista, una línea de mirada, un acercamiento al cuerpo de alguien. El encuadre tan de perfil no me convence pero no lo digo y después me arrepiento. Hablamos de la técnica constructiva de la guitarra en la que él está trabajando y vincula tradición e innovación, querer romper reglas establecidas para armar un diseño propio. Valentín habla de la búsqueda constante de la presencia de papá y de la presión de trabajar en el campo. A medida que habla se mete más hondo en lo que dice, se ve en sus gestos. Me siento algo rígida, sin saber cómo se habla a un hermano frente a cámaras, pero Valentín me salva y va solo. Entregado al ritual de ser escuchado, potencia todo lo que hablamos alguna vez, lo reúne, lo hila, lo limpia y lo escupe. Es un dragón. La lluvia concentra la atmósfera.
Día 12
Entrevistas corales II
Hoy esperamos a doce varones de distintas edades y procedencias. Me acosté temprano anoche, necesitaba descansar, estar fresca y tener el cuerpo fuerte. Filmar por momentos se parece a un entrenamiento físico.
Llego al mediodía casi sin fuerzas y faltan seis días más. Confío en el cambio de aire y funciona.
¿Cómo voy a editar esto? ¿Cómo voy a dejar sus reflexiones, sus silencios y sus dudas a cámara? ¿Cómo los voy a hacer dialogar? ¿Cómo cortar sus testimonios sin desechar lo más importante o resentir el tono de lo que dicen? Estas entrevistas deberían ser una película en sí.
El rodaje está llegando a su madurez. Dejaría de filmar pronto para que no se escurra.
Día 14
Campo, Marcelo y Valentín
Valentín es mi aliado para ablandar a papá. Cuando llega al campo, lo aparto y le pido que le hable, que le pregunte, que lo haga entrar en el clima de diálogo y complicidad. Valentín entiende todo, guía la escena, le dice a papá como repetir las cosas, actúan para la cámara con naturalidad. Se saludan dos veces, buscan pallets dos veces, están atentos pero sobre todo hacen y nosotros los seguimos. Con Lucas —el Director de fotografía— vamos generando una comunicación de mirada y pocos gestos. Una parte de mi mirada está con él en la cámara, como un cuerpo desprendido.
Mi familia ve videos de nuestra infancia. Montamos la escena. Siempre que preparamos mucho una puesta creo que las cosas no van a funcionar. Al principio sueltan frases inconexas pero de a poco se empiezan a cruzar las miradas, el asombro compartido y los comentarios cómplices. De pronto se desata un diálogo donde nuestra presencia se vuelve opaca. Hay un juego entre saber que están ahí por algo y que nos olviden por completo. Hablan sin pensar en la posteridad. Hay cosas que no dirían si supieran que van a quedar grabadas. Saben que son filmados pero son tomados por el presente. No hay otra cosa que hacer, están ahí para hablar y eso potencia lo que hay. Se preguntan, asombran, recuerdan y les caen fichas de cosas nuevas. Me alejo del ángulo de sus miradas para que sigan en ese buceo, en ese estar ahí juntos.
Spoiler: es la escena final.
Hay que animarse a discutir todo, aún lo que parece imposible.
Lucía Lubarsky nació en Córdoba en 1985. Es directora, productora, guionista y poeta.
Su documental El silencio de los hombres se estrenó en 2023. Dirigió la serie documental Nosotras en 2022 y la miniserie documental ARDE, ambas estrenadas en TV Pública en 2023. Sus cortometrajes Mujeres del Ajusco, Estar Viva y Morir en Varanasi se exhibieron en el Festival de Cine de Mar del Plata. El último fue ganador del concurso del Centro Cultural Kirchner Poesía Ya. Dirigió el cortometraje Instantáneas, que participó en festivales nacionales e internacionales, como el FCIU (Uruguay). Escribió dos libros de poesía: El sonido de la luz y La distancia habitable. Se encuentra desarrollando su segundo largometraje documental Extranjero, ganador de una Beca del FNA. Practica y da clases de Ashtanga. Le gusta pasar tiempo al aire libre.
Su documental El silencio de los hombres se estrenó en 2023. Dirigió la serie documental Nosotras en 2022 y la miniserie documental ARDE, ambas estrenadas en TV Pública en 2023. Sus cortometrajes Mujeres del Ajusco, Estar Viva y Morir en Varanasi se exhibieron en el Festival de Cine de Mar del Plata. El último fue ganador del concurso del Centro Cultural Kirchner Poesía Ya. Dirigió el cortometraje Instantáneas, que participó en festivales nacionales e internacionales, como el FCIU (Uruguay). Escribió dos libros de poesía: El sonido de la luz y La distancia habitable. Se encuentra desarrollando su segundo largometraje documental Extranjero, ganador de una Beca del FNA. Practica y da clases de Ashtanga. Le gusta pasar tiempo al aire libre.
Agustina Manuele
Co-fundadora
Directora
Flor Vent
Co-fundadora
Directora Editorial y Creativa
@quierounrecreo
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