LO QUE EL RIO HACE:
HUNDIRSE PARA SALIR A FLOTE


por
Agustina Manuele



© Carlos Furman


Una no puede ocultar quién es. O al menos esa fue la frase que me quedó flotando en la mente cuando salí de ver Lo que el río hace en el teatro Astros de Buenos Aires. La obra, en contramano a todo lo vertiginoso y veloz como sinónimo de bueno que nos propone esta época, dura casi dos horas. En el público, una variedad de gente, edades, gestos, voces. Alguna selfie pre-función se esfuerza por recordarnos dónde estamos. Sin embargo, hay un pacto que se da en la sala con quienes decidimos ver esta obra: todos, todas, nos volvemos presentes y dispuestas a desconectarnos por un rato de nuestra cotidianeidad. Al igual que lo que le pasa a Amelia, cuando se apagan las luces, se termina la rutina y empieza un viaje emocional. Cada una de las personas que estamos ahí empezamos el nuestro: las risas arrancan tímidas y luego se vuelven carcajadas. Justo después, el llanto. Por momentos el silencio es total. Se genera una complicidad absoluta, un ritmo nuevo, musical, propio y efímero: esa magia que pasa cuando una va al teatro y empieza a descubrir que va a ver algo único, que va a hacer mella en el cuerpo. Una sensación que no se quiere olvidar. Compartimos una misma respiración en ese instante.

«Amelia está desbordada, perdida entre objetos y obligaciones, su presente es una montaña de exigencias que trata de escalar cada mañana.
La muerte de su padre la obliga a volver al pueblo donde pasó su infancia: un escenario vacío donde nada es como lo recordaba; salvo el río, que la invitará a reconocerse en su reflejo o a sumergirse hasta tocar el fondo.»

Las hermanas Paula y María Marull, son las dramaturgas, directoras y actrices principales de esta obra. Decidieron aprovechar su parecido físico -casi idéntico- de manera poética y teatral como recurso escénico. Así, el personaje de Amelia, protagonista de esta historia, puede lograr lo que pocas veces se ha visto en un escenario en vivo: desdoblarse en plena escena. Ya sea para crear una pronta elipsis temporal o como parte del pensamiento, observamos al mismo personaje dividirse en su acción mientras que esa misma Amelia se abre en dos cuerpos y nos hace parte de sus pensamientos más profundos, todo con un tono y una mirada hacia el más allá que capta completamente la atención de quien la observa. Por más emocionante que parezca el juego de querer reconocer quién es quién durante los primeros momentos de la obra, eso deja de importar. Es que la obra se come todo. La mimesis que nos proponen las Marull nos envuelve hasta hacernos sentir que somos cuerpo de esa historia, que estamos en su mente, que vemos lo que ella(s) ve(n), que olemos y sentimos el aroma de ese pueblo, la tonada verídica de los personajes que acompañan a Amelia en su historia.  

«Al río vengo como si apoyara la cabeza en la panza de un perrito bueno. No vengo a mirar nada. Podría venir a morir, a dormir, o simplemente a cerrar los ojos (...) Me siento acá y siento el olor que tiene el mundo cuando me siento a salvo. Entierro los pies en la arena como si fuera una frazada vieja. Y el río no me mira, no me interroga. Nos quedamos en silencio. Juntos. Como dos amigos que permanecen callados, sin mirar televisión, sin emitir palabra, en silencio, escuchando sólo su respiración.»

No necesité nacer en una provincia que no fuera Buenos Aires ni ser la Reina del Pacú, yo me hundí también en ese río, con Amelia de la mano. Toqué fondo hasta que se apagó la luz y la obra siguió. Pero una parte de mí se quedó ahí, en ese río.

«¿Y si ésa que fuimos existiera? ¿Si un día se nos presenta? ¿Si de tanto perseguirnos nos alcanza? ¿Qué haríamos con ella? ¿La reconoceríamos? ¿La abrazaríamos? ¿La ignoraríamos para poder seguir siendo quienes somos?
¿El tiempo que no vivimos está guardado para nosotros en alguna parte? ¿Las palabras que no dijimos existen todavía? Las que no escuchamos, ¿se volverán a pronunciar para nosotros? ¿Adónde se esconde el tiempo?»

Amelia regresa a Esquina, Corrientes, para reencontrarse con ella misma, con sus tonos, su ropa cómoda, su pelo despeinado. Se funde en la naturaleza propia de su ser, mientras se hace una (o dos) con el río. En el medio estamos nosotras, sumergidas en este relato que por fuera parece simple, como todo lo bueno, pero que nos invita a transitar la risa, la tristeza, el vacío hasta llegar a una invitación: la esperanza de poder ser quienes realmente somos.







Agustina Manuele es guionista y trabaja como comunicadora digital desde hace más de diez años. Fanática de filmar lo que la rodea y escribir relatos cortos, vive en un fino equilibrio entre la ficción y la realidad. En 2023 autopublicó A veces río y lloro todo junto, un poemario con fotografías de calle. Es co-creadora de recreo®. Ama investigar sobre asuntos random en internet, leer, bordar y ver series y películas. Aunque lo que más le gusta es charlar sobre temas que la desvelan. Militante y defensora de Google Drive.



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Directora Editorial y Creativa
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