PERFECT DAYS:
SOLIPSISMO Y ESPEJISMO ZEN
por Flor Vent
© Perfect Days
Escribir sobre Perfect Days parece tan fácil como decir que la última película de Wim Wenders va sobre un personaje que parece haber encontrado el equilibrio interior en un estado de atención y apreciación de los pequeños detalles de su entorno, y además ser un estoico en su puesto laboral: limpiar lavabos públicos en Tokyo. Pero ¿de verdad es sólo esto?
Perfect days nos invita a entrar a una vida donde su protagonista —alejado de la sobreestimulación frenética de la globalización digital que nos desarraiga de nuestra existencia— se nos presenta como alguien sensorial, contemplativo y sin miedo a la repetición —una repetición, hay que decir, filmada con una cadencia conmovedora—, y tú, que eres lista pero estás cansada, te dejas llevar por la invitación como si fuese la última oportunidad antes de la próxima distopía. Y no, no estoy exagerando, después del cine te espera responder e-mails fuera de horario laboral, o ponerle birras al señorito de turno, o lidiar con un pago que no te han hecho, o limpiar lavabos, vamos. Me merezco al menos dos horas de apagar el cerebro, te dices, y sabes que la vida de Hirayama es la excusa perfecta: barrios de Tokyo, fotos analógicas, almuerzos en el parque y libros de segunda mano. Por casi una hora te sumerges en una existencia digna del vivir consciente, con dosis adecuadas de enriquecimiento personal y rituales de autocuidado. Una maravilla. ¿Por qué no dejarse seducir?
Perfect days nos invita a entrar a una vida donde su protagonista —alejado de la sobreestimulación frenética de la globalización digital que nos desarraiga de nuestra existencia— se nos presenta como alguien sensorial, contemplativo y sin miedo a la repetición —una repetición, hay que decir, filmada con una cadencia conmovedora—, y tú, que eres lista pero estás cansada, te dejas llevar por la invitación como si fuese la última oportunidad antes de la próxima distopía. Y no, no estoy exagerando, después del cine te espera responder e-mails fuera de horario laboral, o ponerle birras al señorito de turno, o lidiar con un pago que no te han hecho, o limpiar lavabos, vamos. Me merezco al menos dos horas de apagar el cerebro, te dices, y sabes que la vida de Hirayama es la excusa perfecta: barrios de Tokyo, fotos analógicas, almuerzos en el parque y libros de segunda mano. Por casi una hora te sumerges en una existencia digna del vivir consciente, con dosis adecuadas de enriquecimiento personal y rituales de autocuidado. Una maravilla. ¿Por qué no dejarse seducir?
Wenders nos lleva de la mano como niñas. Aún más, nos sube a una furgoneta con la mejor banda sonora que hemos escuchado en lo que va del año; y además, nos regala golosinas: un tres en raya con alguien desconocido, un momento komorebi a la hora del almuerzo, la espera y la fascinación de un carrete de fotos recién revelado. Nada puede salir mal: la vida de Hirayama cumple con nuestro actual modelo de existencia. Pero —por suerte—, Perfect days —como nuestras vidas—, se construye mediante tensiones, y en la segunda mitad de la película el espejismo zen se rompe.
El director de Alicia en las ciudades, Un cielo sobre Berlín y París Texas —todas películas creadas a partir de seres solitarios y ajenos a las convenciones sociales—, hace caer la máscara de la vida perfecta y entran en escena personajes que interrumpen la rutina de Hirayama: la premisa deja de ser tan simple. Lo imprevisible rompe el aislamiento del personaje y mediante gestos simples —como un bufido al amanecer al que antes se le sonreía— vemos que, ante la fisura del escondite solitario en el que se ocultaba de las afectaciones del factor humano, el personaje se astilla.
Perfect days es, como su título anuncia, una sucesión de días perfectos. Pero no sólo por la importancia del enriquecimiento personal y los rituales de autocuidado, sino también porque nos pone de frente ante el solipsismo que nos genera la actual tendencia de rechazo a la tristeza, dejando en evidencia que cuanto menos colectivicemos nuestras experiencias, más grande será la astilla.
Flor Vent (Argentina, 1986) es antes que nada lectora. Estudió fotografía. Escribe y diseña. Entre 2007 y 2010 formó parte de la editorial independiente Morosophos. Entre 2012 y 2015 coordinó el taller El cuerpo como herramienta discursiva. En 2014 creó la micro-editorial de fanzines Riot Love. Ha publicado de forma independiente poemarios y piezas gráficas. Ha colaborado escribiendo para artistas en exposiciones, catálogos y libros. Ha coordinado talleres de fotografía, autopublicación y escritura. Actualmente reside en Barcelona, coordina el ciclo de lecturas He salido con lámparas a buscarme allí fuera. Es co-fundadora y directora creativa de recreo®.
Agustina Manuele
Co-fundadora
Directora
Flor Vent
Co-fundadora
Directora Editorial y Creativa
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